sábado, 28 de enero de 2012

PARA VARIAR, TIEMPO

Siempre ha sido mi asunto pendiente. Eso de pensar que los segundos pasan irremediablemente. Eso del capricho de las horas. Eso de que es imparable y omnipresente. Eso.
Tomarse las cosas con calma es olvidarse de todas esas rencillas imposibles de olvidar, y como he dicho, olvidarlas. Hoy no debería tomarme las cosas con calma, porque he de hacer mucho, y no lo hago. Tengo un examen el lunes, y no tengo buenas vibraciones. No parece importarme: he olvidado que me importe.
¡Qué cruel! Incluso olvidándome de lo importante del tiempo, me atrapa en una espiral de parsimonia, que desembocará en un triste cinco. ¿Por qué sigo escribiendo aquí?

Me encantaría tener a alguien con quien conversar de castellano. Ojalá alguien me recitara una poesía. Mi poema favorito está a un brazo de mí, pero con mi voz pierde la magia. 
Quiero que la calma me llene, hasta recordar que realmente el tiempo apremia.

¡Qué bonito es el olvido! ¡Cómo quisiera olvidar mi voz!

miércoles, 25 de enero de 2012

HE DE HACERLO

Tengo que ir a Londres. Tengo que hacerlo, y tengo que irme sola. Esperaré a que las clases me den un respiro en verano, pero no quiero esperar mucho más.
Hala, ya lo he dicho.

viernes, 20 de enero de 2012

CULTERANISTA, SUPONGO.

Son momentos de inspiración que pasan rápidos, pero que no dejan de ser inspiración pura que te infla los pulmones. Desde mi corta edad y mis horas frente a un teclado puedo afirmar que sé que la inspiración existe y que te hace sentir estar en el momento correcto. El lugar deja de importar cuando la inspiración te asalta. Lo que importa es el cuando, y el cuando ideal es el instante en que el cosquilleo te sube desde la planta de tu pie hinchado y te hace reirte de quien eras hace tan sólo unos momentos.
Estoy practicando últimamente. No escribo nada serio, pero me planteo mentalmente una retahíla infinitas de palabras y les doy sentido, en un vano intento de liberar mi prosa del arduo estilo barroco que la empaña. Así son las cosas. Quiero cambiar mi modo de escribir, porque si bien quisiera ser como Quevedo o Gracián, parece que aspiro más a Góngora y al culteranismo que tanto he odiado. No obstante, cuando lo que quieres decir, no pesa lo suficiente, y no tiene más que el volumen que aparenta, sólo te queda tener la suficiente gracia verbal como para convertir esa idea, esa expresión, en un súmmum de delicadeza, ira o verdad.
Puedo hacerlo, pero quiero parar.
He leído por ahí que lo fácil es el otro extremo: escribir sin más, y no pensar en las palabras, sino en sus ideas, y dejar que estas arraiguen en otras personas con libertad. Yo no doy libertad a mis ideas. Son lo que son, y las hago tan mías, que se encuentren en la mente de quienes se encuentren, seguirán siendo tan mías como en el momento en que salieron de mí.

Hace no mucho oí de nuevo a una persona expresar pensamientos como si fueran suyos. No lo eran.