martes, 24 de diciembre de 2013

El león y la gacela.

Como siempre, empezaré por una disculpa. Por la ausencia, por no publicar, por no escribir tanto como debiera y porque una disculpa siempre encaja cojones.
Y ahora os preguntaréis qué me ha hecho publicar algo tras meses de silencio. Dejaré que el calendario conteste por mí. Nochebuena.
Esas nochebuenas muertas de olor a chocolate y pino, con el tintineo de nueces cascadas adornando la visión de guirnaldas y nieve en las ventanas. Esas nochebuenas muertas. Nochebuenas donde las sonrisas se desencajaban y el pecho pletórico de una niña inocente aguardaba tras cada adorno y cada vela.

Ahora la niña ya no está, y sus cenizas blanquecinas son lo más parecido a la nieve en una Navidad que ni tintinea, ni huele, ni brilla.

No sé si sabéis, -y si no sabéis el saber no ocupa lugar-, que yo siempre he pensado que los periodos más prolíficos en cuanto a letra se refieren, van cogidos de la mano de dolorosas reflexiones internas. En uno de mis textos escribí una vez que "el dolor es la mejor musa". Y eso lo llevo por bandera. Sacamos lo mejor de nosotros cuando vemos el fondo, igual que la gacela hace su mejor carrera siendo perseguida por el león.

Lamento comunicar que últimamente estoy escribiendo mejor. Tengo un león pisando mis talones. Huelo su aliento. Y hiede.


Alba Rosillo Llamas.