Como
construir un castillo de arena, así es escribir. Poner una palabra tras otra,
es fácil, pero hacerlo bien y con maestría, es algo grande. Enorme. Mágico.
Todo el
mundo cree ser capaz de hacerlo, porque escribir -entendiéndolo simplemente
como un verbo- no es más que poner una palabra tras otra. Pero vayamos un paso
más allá y coloquemos el verbo de a pié en un contexto artístico y creativo.
Coloquémoslo en un contexto sin límites donde el dominio de la lengua, la
imaginación, el orden de las palabras y la planificación de ideas, juegan un
papel fundamental.
Como
construir un castillo de arena, decía. Pongamos a un novelista delante de su
escritorio, listo para bombardear sobre el papel blanco. En la recámara guarda
un argumento y unos personajes. Un bloc de notas espera en la retaguardia a
modo de guardián de las ideas que han sido torpemente garabateadas en el papel.
Ahí empezaría la primera batalla, del mismo modo que un niño allana la arena
húmeda, llena un cubo con agua y alinea sus enseres de construcción.
Ahora, sin
embargo, empieza la prueba de fuego, cuando se empieza a juntar arena a modo de
base. Sobre ella se asentarán las torres y las murallas; a su alrededor un foso
y un puente quizá enmarquen la estructura. Si esta base no es lo suficientemente
fuerte, las torres caerán por su propio peso, los muros no podrán erigirse y el
puente llevará a ninguna parte. Finalmente el foso se llenará de arena
desmoronada y quedará obstruido con las ruinas de un castillo que nunca llegó a
elevarse.
Por otro lado,
si la base es mediocre y consigue sujetar las torres y las murallas, por muy
solidas que sean éstas, es sólo cuestión de tiempo que una ráfaga de aire reduzca
los párrafos a frases, las frases a palabras y las palabras a letras inconexas.
Solo un puñado de arena más en medio de una playa que no quiere, necesita o
valora los castillos.
Sucede
últimamente mucho con las novelas que se convierten en best sellers, por tener
unos personajes llamativos. Una torre que brilla en medio de unos montones de
arena irregulares y destartalados. No hay foso, ni murallas definidas. No hay
nada más que dos personajes que encandilan masas. Y la gente cegada por una
diminuta e insulsa llama, no tiene ojos ni perspectiva para juzgar nada más que
a los protagonistas, con los que todo el mundo, de alguna manera, puede
identificarse. ¿Es eso escribir? ¿Es eso construir un castillo? Yo lo llamaría
hacer una torre. Una buena idea, sin unos personajes profundos, no es
nada. Unos personajes elaborados, sin un
buen argumento, quedan vacíos. Ni siquiera una buena trama, protagonizada por
individuos con gancho, te garantiza que tu castillo pueda verse en la
distancia. Hace falta castellano.
¡Qué
palabra tan ínfima! Castellano. Sin más. Elaborar frases. Dominar estructuras,
análogos y diálogos. Cambios de registro. Coherencia, con el personaje, con la
historia, con el párrafo anterior y el posterior, y sobretodo con el lector.
Inventiva para jugar con el lenguaje, darle volteretas hasta trocarlo brillante
de tanto pulirlo, con un único objeto: que trabaje para nosotros, y que no sea
un obstáculo que nos imposibilite narrar. ¿Narrar qué? Una historia fuerte y
definida, sin brechas, protagonizada por identidades conexas y completas.
Si algo
falla desde el principio, y el narrador es lo suficientemente listo para verlo,
se detendrá. No se debe llenar la playa de montoncillos de arena porque se
deforma. Se destroza nuestro panorama literario. Nos “mancha”.
Siempre hay
un pez más grande en el mar. Un narrador avispado llevará su pequeño castillo
al patíbulo para ser juzgado, y deberá aceptar la condena que escritores
sobresalientes le impongan. Me pregunto si ciertos autores saben cómo será
recordada su obra, y, si aún sabiéndolo, la deciden publicar.
Personalmente
me da pánico que mis rocosas e impecables murallas, se sitúen en lo alto de una
duna lisa e informe, y que la construcción que yo veo no sea más que un
espejismo. Un castillo en la arena que probablemente no soporte la siguiente
pleamar.