jueves, 22 de diciembre de 2011

ESPÍRITU NAVIDEÑO

Me pregunto si es o no hipocresía eso de disfrutar tanto la Navidad. No, no soy católica, pero me encantan estas fiestas. Será por el materialismo que odio y adoro a partes iguales. Las luces, las alfombras pegadas con muy poca elegancia a las aceras, los escaparates, los gorros... ¿he mencionado las luces? Me gusta. Todo. Mucho.
Me insisto en que se trata únicamente de un ritual social que merece la pena disfrutar, como las fallas, o el día del padre. Intento no caer en la idiotez: no meto figuras religiosas en mi casa, pero sí un árbol navideño. ¡Ay!... me encantaría ser católica en estas fechas para no sentir la conciencia sucia. Mientras tanto, para limpiarla, iré a comprar algunos regalos...

lunes, 19 de diciembre de 2011

FALLO MATEMÁTICO.

Cuando llega el viernes, tras una semana de agotadora rutina, llega el momento de afrontar la feliz realidad de que, sí, el tiempo libre existe y te va a pertenecer... al menos en parte. La ecuación sería la siguiente:
Tiempo libre= Horas del fin de semana - (tiempo de sueño merecido + tiempo de comidas + tiempo de visitar a la familia + tempo de limpieza general en casa + tiempo de estudio)
Empiezas a planear cosas como una loca: quizá pueda pintar un poco, puede que me dé tiempo a terminar esos capítulos que me traen loca, igual puedo organizar ese álbum de fotos que tengo pendiente desde hace siglos...
Entre que piensas todo esto, ya se te ha pasado la noche del viernes, que -improvisadamente- has pasado con tus amigos, porque alguno te ha llamado y te ha dicho, "¿se hace algo?" Y bueno... ¿Por qué no?
La madrugada del sábado la has dedicado a leer tranquilamente, porque, a juicio de tu sentido común, "me lo tengo merecido tras esta semana de locos". Llega el sábado por la mañana y vas ha hacerte un café, pero observando la pila de platos que hay por fregar de la noche anterior y de tus siete invitados, suspiras cansada. Aún tienes en la cabeza a "Los tres mosqueteros" y a Alejandro Dumas revoloteando, y antes de que te des cuenta, los platos están fregados. Pero... ya que estás ahí... Pues eso, limpias el micro, los fogones, el frigorífico, el horno y la campana. Miras la lavadora de refilón y, ya que está ahí de nuevo, pues pones una colada. En acabar te das una ducha, y cuando sales, ya que estás ahí, pues limpias el baño, que pese a no ser muy grande, cuando te encargas a fondo de él, da tiempo a la lavadora de hacer un ciclo de lavado. "Pi. Pi. Pi." Dice ella. "Ahora te tiendo" Digo yo. Y así hago. Entre secadora y tendedero, en un santiamén está todo terminado.
Mi novio y yo hacemos la cama, y limpiamos un poco la habitación. "Pi" La secadora ha terminado. Pliego la ropa y la guardo, y ya que estoy en el balcón... Pues eso, que pierdo más tiempo limpiando. Le digo a Alex: "¿No vamos a ir a comprar?" Y me dice "¿Ahora? Estoy ya haciendo la comida."
Se me abren los ojos. Se me ocurre mirar la hora. "¿Cuando se ha pasado la mañana, y porqué no he desayunado?"
Mierda. Mierda, mierda. Pues nada. He quedado a las tres en el centro para estudiar con una colega de clase. Así que tras comer, brum brum hasta el centro. Un retraso de casi una hora de la susodicha me da un break, que aprovecho para respirar el ambiente navideño del centro, sopesar algunos posibles regalos, y, ¿por qué no?, pasear. Llega ella y nos vamos a mi casa. Abrimos los libros y me llaman mis amigos. "Arreglaos que paso a por vosotras, que vamos a conocer al nuevo miembro de la manada". En efecto, tras muchos "ohes", conocemos al cachorro de la cola enana.
Pronto, en el comedor, están sentados un grupo de adultos, que como tal, ponen películas como "Up" y "Como entrenar a tu dragón". Volviendo a casa veo como mil llamadas perdidas, y mil mensajes: "¡Eh! ¡Vente de fiesta!" ¿Cómo? Dios, y yo aún no he estudiado.
Domingo por la mañana. "Hija ven a comer a casa" Y claro, es mi madre... ¿Cómo le digo que no? No la he visto esta semana. Pero... ¡ups! Mi churri está malito con fiebre, así que eso de salir tendrá que esperar. Me toca hacer caldito curativo anti resfriados.
El reloj sigue dando vueltas, hasta que llega el domingo a las ocho de la tarde y abro el libro de contabilidad. ¡Uf! Me pongo a ello, hasta que un delicioso olor hace que se incline mi cabeza. ¡La cena!
"Mientras cenamos... ¿ponemos una peli?" Me dice con sus ojos almendrados.

Apago la luz cerca de las dos de la madrugada del lunes. Alex se duerme, mis gatos ronronean:
"¿No soy dueña de mi tiempo, o es que no tengo personalidad? ¿Porqué no he hecho nada de lo que tenía planeado?"
Hecho la vista atrás y recuerdo todos los planes que quise hacer. Mi ecuación queda, tras todo esto, totalmente invalidada.

martes, 29 de noviembre de 2011

PROFESORES

Veréis, según mi DNI, tengo 23 años recién cumplidos. Si bien no son muchos, considero estar en la edad idónea para ponderar mis experiencias con el profesorado. El año pasado, en el instituto INTER de Valencia, quedé asombrada de la pésima calidad de la mayoría del profesorado. Me dije: "Será que llevo un par de años sin estudiar, pero yo juraría que en bachiller los profesores no eran tan incultos." En efecto, creo que no lo eran. De hecho recuerdo con cariño a más de uno que nos reprochaba nuestra infinita estupidez con sobrada maestría, y sin asomo de respeto por nuestras mentes adormecidas. Ahora, en mi actual instituto me quedo fascinada por la preparación de la mayoría de los profesores. Me encanta oír que al hablar, lo hacen con autoridad, y llevando a la cola más años de enseñanza de los que yo -por respeto- me atrevería a decir.
Personalmente tengo especial cariño a mi profesora de contabilidad, que chapada a la antigua usanza, se empeña en que disfrutemos lecciones eternas de fiscalidad que a ella le parecen poco menos que interesantísimas. Lo peor de este asunto es que no puedes dejar de escuchar a la entrañable mujer: su voz está imantada por una especie de voación contagiosa, que hace que yo pueda citar de carrerilla los tipos de impuestos estatales, sólo porque me los ha explicado ella. Luego está la profesora de finanzas, que es un león que te destrozará con sus garras, a menos que tengas en la cabeza algo que diste radicalmente del serrín y sus derivados. Es muy simpática, pero sólo lo pensamos unos pocos porque es una profesora rígida y muy profesional, que valora la buena disposición, la educación y la sensatez. Le gustan los alumnos espabilados, y lamentablemente, hoy por hoy son una especie en extinción. Mi profesora de informática es otra especie en extinción. Es una de esas profesoras que tratan a los alumnos como personas, dentro de una relación agradablemente cordial. Es la típica profesora a la que no te importa contarle que estás descontenta con la nota de un examen, y esa que aún se sorprende cuando alumnos borregos le llegan a clase con la misma educación que un orangután en celo. Después hay otra profesora muy peculiar. No había conocido a ninguna remotamente parecida, ya que realmente, es extraño encontrarse con un trabajador que se tome molestias laborales, -como la incomodidad de un turno de mañana y tarde-, para dar una asignatura que le gusta y que este año imparte sólo por vocación. Esta profesora es muy natural, y muy sencilla. Es la impresión que da, e intuyo que no está muy lejos de su verdadera forma de ser. Hay pocas personas así, transparentes. Y profesores, muchísimos menos. Ella, es uno de esos profesores, -porque todos nos hemos topado con alguno así,- cuyo entusiasmo por su asignatura te hace preguntarte: "¿no se me estará escapando algo a mí, y es por eso que todo este temario me parece tan tedioso como hacer cola en el paro?" No, no se me escapa nada. Es incomprensible su amor por su asignatura. Bueno, reconoceremos que sí, el hecho de conocer los recovecos del derecho laboral podría, en algún mundo paralelo, darte ventajas en el trabajo, o permitirte cerrar la boca al jefe; pero... ¿actualmente?, no. La profesora a cada párrafo nos dice que todo lo que estamos estudiando es la teoría, pero que -al parecer- en la práctica, los empresarios hacen lo que les rota de su inconmensurable ansia de joder al prójimo. Tras esto tú observas con gravedad las más de 100 páginas de derecho laboral, unos cuantos boletines oficiales, y otras tantas leyes, y te preguntas: "¿En serio?"
En fin, tengo más profesores, no muchos más para ser franca. Tengo, de hecho un único profesor más. Es un profesor que ha conseguido que toda mi clase quiera dedicarse a la enseñanza, porque deducen, tras cerca de dos meses de experiencia docente ofrecida por el espécimen estudiado, que "para ser profesor, no hace falta tener ninguna carrera". No digo que sea cierto, que me consta que no, sólo digo que parece que sea así tras dar clase con el aludido. No tiene autoridad, ni tampoco preparación para dar una asignatura tan completa, muestra una incapacidad de resolver dudas nula, y hace que, incluso el alumno más motivado, tenga en blanco una libreta que en el peor de los casos, debería ocupar diez hojas.
No parece que sea culpa suya, sólo que es un trabajador. Va a clase, trabaja y se va. Lo que no nos dejan hacer a los alumnos: invertir un esfuerzo medio. Parece uno de esos profesores agotados de los alumnos, que sin mostrar un ápice de educación, se meriendan a los miembros más débiles de la manada. En realidad, si en mi clase hubieran personas en vez de entes que asisten a clase, el profesor podría hacer su trabajo con tranquilidad, y quizá tomarse un poco más enserio lo que hace. No obstante sabe que muy poca gente acude a clase a aprender. Después de todo, existen los docentes realistas.
Mi frustración empieza y acaba cuando, al comentar con mis compañeros la decepción que tengo para con este miembro del profesorado, sólo oigo cosas tipo: "mientras nos apruebe todo está bien" ¿De verdad? ¿Tan  extraña soy, que prefiero mil veces antes aprobar a duras penas y aprender, que un ocho regalado manteniendo mi mente vacía? Tolero que esa actitud se dé en bachiller, pero.... ¿en un FP2? ¿De veras?
Mi conclusión es la siguiente: los profesores incultos empiezan con los alumnos conformistas.

NOTA: Esta entrada, lejos de querer ofender a nadie, es una crítica del alumnado, y si acaso del sistema educativo español, pero no de mis profesores, a los que agradezco mucho que soporten a toda mi clase, y que no nos metan a todos en el mismo saco.

lunes, 21 de noviembre de 2011

INCOMPRENSIBLE.

El tiempo va pasando, y también el curso. Jamás imaginé poder disfrutar una disciplina tan radicalmente dispar a la que realmente ocupa mi mente. Si bien pienso que en mi cabeza lo que realmente brilla es la capacidad de crear cosas de la nada, se me ocurre que quizá no soy del todo mala con los números.
Después me planteé que este acierto viene dado únicamente por un deseo superior relacionado con la universidad y con la sangrienta carrera que ansío realizar. Porque no lo neguemos, puede ser que el ansia por cursar estudios superiores sea un fin que bien puede conllevar mi entusiasmo en las empresas que me lleven a él. Quiero decir... ¿Es posible que entienda que para cursar criminología deba hacer este fp, y que ello me lleve a disfrutarlo? Si, puede ser. No encuentro otra explicación.
De todas maneras, sigo soñando con la carrera a la que parece imposible acceder con una nota fortuita. Pero hay algo en mi cabeza... es poco menos que un susurro pero ahí está, que solo contiene un palabra "Psicología". Es una carrera que también me encantaría hacer, algo que siempre me ha gustado y de lo que me jacto de tener nociones básicas. Lo que más me llama la atención de esa carrera, no sólo es el contenido y la utilidad real en la vida diaria, sino el hecho de que para vivir de ello, no es necesario opositar.
Son cosillas que cruzan mi mente día a día, en las que no quiero pensar hasta que llegue el momento de hacerlo, mientras tanto, iré a clase y trataré también de no preguntarme qué diablos hago yo en un fp puramente numérico, y porqué diablos me está gustando.

viernes, 7 de octubre de 2011

TIEMPO INVERTIDO O DESPERDICIADO.

Cuando comencé el curso lo hice entorno a la firme creencia de ser una buena estudiante. Ese era el plan. La cosa se empezó a torcer hace unos días, cuando, en plena clase -omitiré cuál por las posibles represalias- la cabeza me empezó a volar.
Volaba como en mis clases de historia de bachiller, donde la verdad sobre la monarquía en España se entrelazaba con coreografías y el argumento de la novela que me llevaba entre manos. Es que la cabeza a veces toma el poder, y aunque intentes concentrarte en lo que esta diciendo la profesora, un resquicio de racionalidad te susurra que todo lo que está diciendo está en el libro. Es teoría pura, que no va mucho más allá de la editorial Paraninfo y sus márgenes. En una milésima de segundo analizas que el contenido es sencillo de aprender, que la profesora sólo sustituye en su verborrea algunas palabras del libro, y que en otra asignatura que viene justo después estás dando algo parecido. Tras ese momento de meditación tu cabecita se entrega a una orgía de ideas que se suceden sin descanso, con el único objetivo de hacer que el reloj acelere hasta el timbre que anuncia la siguiente clase.

En mi defensa diré que estos desvaríos, se limitan a las asignaturas teóricas cuyo contenido en la segunda semana de curso, es -cuando menos- banal. En otras clases, donde mis conocimientos son más que limitados, nulos, activo el modo Bob, y me convierto en una esponjita feliz ansiosa de entender lo que me están diciendo.
Me gustaría poder entrar ya en materia, y que no hubiera vacíos mentales en las clases. Ese hecho me hace plantearme universos de posibilidades: Si todo lo que tengo que aprender de teoría está en este libro, y además bien explicado... ¿no podría invertir estas doscientas horas de clase en rumiar el siguiente paso de Teilnok?
Si, si que podría. Pero... ¿debería? Por supuesto que no.

Ahora sólo queda saber que parte de la balanza se inclinará.
Os mantendré informados.

martes, 4 de octubre de 2011

CUCARACHAS

La rutina ya se ha convertido en eso, en rutina. Las cosas siguen el curso que deberían, y todo parece estar bien, independientemente de si lo está o no. Saida se ha marchado a vivir a Sevilla y me ha dejado como atontada. Con la sensación de algo debería pasar y no está pasando. 
Eso nos ha pasado a todos. Me refiero por supuesto, a esa sensación en la que irrevocablemente piensas "algo se me olvida". Lo que se me olvida a mí es que mi mejor amiga no está físicamente en mi ciudad, y que no puedo esperar que me llame para bajar al centro a comprar algún libro. Esa sensación de descuido constante me está incluso modificando los horarios. ¿Por qué? Ni idea. Es absurdo que la ausencia de una persona provoque cambios tan ambiguos en tu día a día, pero algo dentro de mí me dice que ella es la causa.
Es como cuando te duele el estómago y recuerdas perfectamente el bocado que te ha sentado mal. Pudieran haber sido mil cosas, mil diez si me apuras, pero sabes que fue ese trozo de pan mojado en aquella salsa tan aceitosa y rica. No fue ni la mayonesa, ni el huevo, ni el salmón ahumado. Fue aquella bola de miga de pan, y lo sabes. Eso me sucede a mí. Sé que es el hecho de que Saida no esté, lo que me genera esto, igual que sabemos que al dormir mal nos volvemos un poco más lelos durante el día, aunque aparentemente nuestra inteligencia, no tenga nada que ver con la pesadilla de las cucarachas que nos ha quitado el sueño, pero lo cierto es que atonta. Después te preguntan algo que requiere un momento de tu atención, como "¿siete por ocho?" Y tú dudas, y al final contestas cuarenta y dos. Te dicen "¿Realmente no sabes la tabla del siete?" Y tú dices, sin falta de razón: "Sí que me la sé, si dudo es por las cucarachas". Las caras de póker que vas dejando a tu paso no son pocas, pero tú te reafirmas sabiendo que esa es la causa, y que si alguien lo pone en duda es porque no conoce toda la verdad. 
En mi caso la ausencia de Saida, y esa sensación de incómodo vacío, no sólo repercute a mis horarios, sino a mis relaciones diarias. A veces si me lo paso bien con otra persona, siento que soy infiel. Hay que ver como soy.
Será por las cucarachas.

viernes, 30 de septiembre de 2011

PUEDE QUE LA DECISIÓN ERRÓNEA, PERO UNA DECISIÓN

Tras un oxidado año sabático, hemos retornado a la rutina.
Ya llevamos una semana de clase y me estoy preguntando -muy acertadamente, he de añadir- si he hecho o no lo correcto, metiéndome en semejante percal. Porque seamos objetivos, no he hecho un bachiller de económicas. De hecho, sólo pensar en él me produce urticaria, por aquello de la matemática aplicada. Y, claro, hoy por hoy, tener una buena base es fundamental, o eso dicen, y mi base es nula. Me hubiera gustado prestar más atención a mi hermana cuando repetía salmodiantemente el estatuto de los trabajadores. ¿Eso se escribe con mayúsculas, por cierto? Un bachiller de económicas lo sabría, ¿no?
En mi clase, la gran mayoría parecen haber nacido con una calculadora bajo el brazo, y otros tantos han ido a parar a mi clase tras terminar una carrera. Así es el sistema, todos en un mismo saco para un mismo fin: encontrar trabajo. Quien lo consiga que tire la primera piedra.

Si he hecho lo correcto o no, aún no está claro, pero lo que sé seguro es que esto es un reto, un entrenamiento para lo que me espera en la universidad, y voy a superarlo, disfrute o no con ello. Ahora estoy feliz con mis nuevas libretas, y tengo el bolsillo desgarrado por el abusivo precio de los libros, aunque merece la pena pagarlos sólo por su olor. De lo que en realidad hablo es de que el fin justifica los medios. Antes no estaba dispuesta a pasar por una ardua preparación para llegar a un puesto de trabajo predilecto, y ahora sí. Si para llegar a un despacho con una pila de papeles por ordenar, he de aprender derecho laboral, que así sea.
Quiero estudiar criminología, y lo pienso pagar trabajando como contable, caiga quien caiga.

domingo, 25 de septiembre de 2011

ENVIDIA.

Finalmente y para mi regocijo interno, he de decir que la fiesta de pijamas no se celebró en mi casa, gracias a lo que pareció una intervención divina. De modo que llegado el momento, sólo comí y ensucié. El "monstruo de la fiesta" que vive en mí ha dormido bien esta noche pasada. Él durmió bien, pero no yo.
Uf... esta noche pasada. Tengo que dejar de autoconvencerme de que dormir fuera de casa es una buena idea, ya que soy insomne, y los insomnes en esta situación tienden a sufrir.
El reloj marca las 10:39 de la mañana, y ya llevo despierta un par de horas. Si pensamos que ellos se durmieron a las 5:00 a.m. pasadas, y yo lo hice ya habiendo amanecido, despertarse a las nueve es toda una proeza. Los gatos de mis amigos me miran esperando a que les ponga el desayuno, mientras yo -ansiando el mío- me planteo si esperar o no a los cuatro cuerpos que yacen medio muertos un par de habitaciones más allá. No mueven un músculo de dormidos que están. ¡Menudos hijos de vecino! Ahí durmiendo como si en ello les fuera la vida, un brazo aquí, la pierna allá, y los ojos cerrados tranquilamente. Yo los observo y me pregunto si -en caso de adoptar yo su postura- podría sumergirme en semejante sueño. Antes lo hacía; años ha, pero lo hacía.
Nos dormimos entre risas, bromeando sobre cualquier sombra en la habitación a oscuras. Me habría reído más a gusto si hubiera sabido que iba a dormir como ellos. La vida es más bonita tras un sueño reparador, y los ronquidos de ellos hablaban por sí solos. 
¡Tanto que me empujaron al sofá!

sábado, 24 de septiembre de 2011

UN ASIENTO LIBRE.

La cuenta atrás con respecto al comienzo del curso va tocando a su fin. El lunes es la presentación. Tengo mucho interés en ver qué se cuece en ese grado superior. Temo encontrarme con un gallinero abarrotado de personitas que no alcanzan a poner una palabra tras otra, pero también lo temí en 2003 cuando conocí a Saida. Lo que realmente quiero decir es que tengo esperanza de hacer amistades, a pesar de que mi personalidad reticente no me lo quiera permitir.
Cuando llegue al aula hay varios supuestos: que te sientes solo, con sillas de diferencia entre tú y el mundo, y que de ese modo nadie se te acerque; que te sientes sin decir palabra junto a alguien; que hagas eso mismo, pero con alguna frasecilla tipo "¿está libre?"; o que tengas la mala pata de sentarte junto a un asiento vacío, que tiene toda la pinta de ser ocupado pronto.
En esas situaciones... ¿qué? ¿qué se hace?
Se te acerca una persona: "¿Puedo sentarme?" Dice. Tú te tomas un segundo. "¿Cómo quieres que yo lo sepa? Puede que tengas algún tipo de desviación de columna, o algún problema óseo que te lo impida, pero si tras todos tus años de vida -que aún no sé cuántos son- no lo has averiguado tú, ¿cómo voy a saberlo yo?" Después te sonríes y piensas en eso de los contratos sociales y te dices a ti mismo que no te está hablando de la imposibilidad de sentarse, si no de una cordialidad social, una especie de ancestral muletilla que nadie sabe cuando comenzó. Entonces te planteas si hay o no más asientos libres, y en caso afirmativo piensas que algo ha invitado a esa persona a acercarse a ti. Pueden ser mil cosas: la ropa, el pelo, la postura, la mirada, el olor o un impulso estúpido que no tiene racionalidad que alguien que yo conocía llamaba "selección natural". El caso es que, claro, te hace la pregunta, cómo si eso fuera de lo más banal. Pero... ah ah, no es así. Un aula es un microsistema cuyos individuos se organizan en una complicada jerarquía de clanes. Allí las primeras conexiones son decisivas ya que por la geografía del espacio, tenderás siempre a interactuar con la gente de tu círculo físico más cercano. Por tanto tu posición y las personas más cercanas a tí, serán -en la mayoría de los casos- los candidatos a estrechar lazos contigo. De modo que no, sentarse junto a alguien en una clase, no es nada trivial. De hecho, si todos fuéramos conscientes de la trascendencia de esos primeros segundos, mostraríamos más cuidado a la hora de escoger nuestro asiento.
A estas alturas, ya te imaginas al año siguiente llamando por teléfono a la persona que está frente a ti."Tomemos un café" le dirás, "y después vamos a la presentación."La miras, y te preguntas un instante si te ves o no manteniendo una amistad con esa persona, aunque a estas alturas sepas que eso ya es inevitable. Evalúas su rostro. 

Ya se ha sentado a tu lado, y además piensa que eres una estúpida porque no has contestado a su pregunta. Sólo trataba de ser uan persona educada, y ahora ya no quedan más sitios libres. "Ojalá me hubiera sentado junto a este chaval de delante" Piensa.
"Hay que joderse." Te dices tú.

martes, 20 de septiembre de 2011

TONTACA, ASÍ, SIN MÁS.

El jueves próximo se organiza una cena para despedirnos oficialmente de Saida.
Poco después, el sábado, mis amigos y yo celebraremos una fiesta de pijamas, para honrar a nuestro amigo Toni, que cumple años hoy mismo.

Ambos actos se celebrarán en mi casa. Para añadir jocosidad al asunto me remito a la entrada anterior.

domingo, 18 de septiembre de 2011

UNA PIEDRA QUE LAS MATA CALLANDO

Dicen que el ser humano es el único ser que tropieza dos veces en la misma piedra. Sería agradable sentirse fuera de esa vulgar generalización, de no ser porque he visto a gente terriblemente inteligente caer en este tópico. Yo, que no soy terriblemente inteligente, no podía ser menos, y ayer volví a tropezar.
Está bien, me haré la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué me arriesgaré? ¿Por qué en cada evento, me repito hasta la saciedad que organizar una fiesta es buena idea? No lo es. Pero, claro, yo veo ahí la piedra -en el camino de arena fina- y me digo: "¡Qué pequeña es!" Y aún así, al pasar junto a ella, tropiezo y caigo de bruces partiéndome el labio, los piños, parte de la lengua, y demás enseres sangrantes. 
Esta ocasión era especial. Era una fiesta de despedida, y a pesar de jamás haber organizado alguna, me notaba en el pecho una cálida sensación de confianza, que me hacía pensar que todo estaba bajo control.
Esta semana me he demostrado que no existe la justicia. Porque, francamente, si una servidora invierte tantas horas, esfuerzo y sudor en organizar algo, con la mejor de sus intenciones... lo JUSTO es que todo salga -sino a pedir de boca-, aceptablemente bien. Huelga decir que de aceptable la fiesta, no tuvo nada. Pero de divertida... eso ya es harina de otro costal. Creo que contra más nivel de improvisación tienen las cosas, más divertidas son para los participantes, y menos para la anfitriona. Es decir, yo. 
Lo peor es la cara que presento cuando veo que mis planings, horarios y todos los variopintos e innecesarios papelejos estudiados para la ocasión, valen poco más que el confeti que se ha improvisado comprar. Adopto una expresión híbrida entre cara de extrema preocupación, atraganto y sobrehumano esfuerzo mental. Mi voz adopta un tono chillón, desagradable... me convierto en una energúmena maníaca. Lo peor -sí, hay algo peor que eso- es que si alguien insinúa siquiera en ese momento que mi estado nervioso es delicado, yo abro aún más los ojos y niego con expresión inocente: "No... ¿por qué dices eso?"
El monstruo de la fiesta se encarna en mí y sólo veo vasos fuera de lugar, cosas a medio preparar y gente que me pregunta cosas que no puedo entender porque al salir de la boca de la gente, llegan a mis oídos convertidas en un zumbido de abejorro. 
A pesar de todo eso, tengo unos excelentes amigos que, no sólo entienden esto, sino que les llega a parecer incluso cómico. El asunto, al fin y al cabo, no salió mal. Lo que realmente me molesta, y lo que en un segundo plano es motivo de este post, es que tanto igual hubiera dado invertir dos horas que veinte como hice.
Eso sí, la piedrecilla inocente no me volverá a engañar, por muy enana y pisoteable que parezca. 

sábado, 17 de septiembre de 2011

LA SEMPITERNA DISCUSIÓN

Bueno, sí, soy usuaria de Mac. Y no lo digo con la cabeza tan alta como querría porque, como en toda situación en la que se da un drástico cambio- se genera controversia. Os daré un consejo por si -sabiamente- habéis pensado en darle un bocado a la manzana: antes de dar el salto, por favor, preparad una infinita sarta de argumentos que justifiquen tal actuación. Porque los necesitaréis. Aparecerá alguien, en el momento en que menos lo esperéis, que cuestionará vuestro nuevo Sistema Operativo, y cuando llegue ese instante, tendrás la obligación moral de abogar por él. No te preocupes, querrás hacerlo. Querrás defender a tu nueva máquina que apenas hace ruido, que no te trata de usted, y que que simplifica tu interacción con el mundo de la tecnología. Te preguntarás una y otra vez porqué no lo ven. Porqué no comprenden que en tres años de uso, no has tenido un solo cuelgue, no has tenido que actualizar drivers, ni que desfragmentar la máquina. Pero por más que te lo preguntes, no te sabrás contestar, porque ser usuario de Mac es una experiencia personal para cada usuario. Yo soy de las traidoras que usan el botón izquierdo del ratón, que en Mac, por defecto, viene desactivado. Lo que quiero decir, es que yo he hecho de mi Mac lo que quiero que sea, y tú harás lo mismo, y probablemente uses cincuenta funciones maqueras más que yo, o veinte menos, pero tú decidirás. Eso provoca que, si alguien te ve usar tu computador plateado (me incluyo yo misma)-consistente únicamente en una pantalla y un par de periféricos-, vea que haces cosas que él no haría, o que considera innecesarias. Y tú, ahí tendrás que valerte de tu oratoria para justificar esto, si ves necesario meterte en tal berenjenal.
Yo por ejemplo, he tenido y tendré mil sanos debates con mi amiga, y jamás ninguna de nosotros cambiará de opinión. Pero es divertido, e instructivo.
Hay que saber apreciar a las personas que están en contra de la manzana, porque la gente que no tiene dos dedos de frente, ve tu mac y dice: "peazo ordenata que te gastas". Y a ti se te queda cara de intentar recordar el año de nacimiento de Isabel la Católica, mientras te preguntas porqué demonios lo dirá. ¿Es que ha usado Mac? Ah... no claro, no es eso, sólo es otra víctima de la apariencia, como hemos dicho, elitista, de esta empresa. Eso es así. Tener un Mac te hace formar parte de una exclusiva minoría de la que todo el mundo quiere formar parte. Pero un Mac no te ofrece eso, un Mac te ofrece lo que todo PC dice ofrecer y no ofrece: el ordenador a tu servicio y no tú al de ordenador.
PC no paraba de decirme qué cosas NO podía hacer. 

viernes, 16 de septiembre de 2011

CIENTO CINCUENTA CENTÍMETROS.

Lo recuerdo como si fuera ayer: yo estaba radiante frente a un catálogo de muebles abierto por una página que mostraba una fotografía de lo que pronto se convertiría en el dormitorio de mi casa. Ya habíamos escogido el color, el modelo y el tamaño de las mesitas... y también el colchón. Pero sentados frente a un hombre canoso lleno de irritante jovialidad, llegó la pregunta del millón: "¿Qué tamaño os apunto para el colchón?" Yo contesté al instante porque pensé que no había ninguna duda al respecto. Alex pensó lo mismo, y también declaró -tan seguro como yo- la medida que él creía decidida. "Uno cincuenta" Dijo él. "Uno treinta y cinco" Dije yo.
No podía creer que estuviéramos teniendo aquella conversación. ¿No había estado también él en nuestro minúsculo dormitorio? Ahora que lo pensaba... puede que con ayuda de las S.S pudiéramos meter en la habitación un colchón de metro y medio: ellos son experto en meter demasiado en poco sitio y afirmarse a sí mismos que está bien como está. Miré a Alex con los ojos desorbitados. No, no era de ideología nazi. Entonces... ¿qué fallaba ahí? Está bien, quince centímetros no marcan la diferencia entre una habitación despejada y otra que no lo está, pero... en fin... ¿Cómo explicarlo? Creo que tengo derecho a hacer una apertura de noventa grados en el armario que contiene mis enseres, ¿o no?
Traté de explicárselo a Alex, con la habitual exasperación que me caracterizaba en aquella época, y sin perder la educación, y soltando algún "cariño" entre pero y pero. El vendedor, divertido -y viendo en aquello la oportunidad de hacer que apoquinaramos quince centímetros extra de estructura de cama, de cabezal y de colchón de muelle ensacado en viscoelástico- interrumpía de vez en cuando dándonos la razón, ora a uno, ora a otro, pero permitiéndose la mofa de enviar miradas de complicidad a mi novio. 
Yo -insisto- no podía creerlo. Llevábamos varios meses durmiendo en un colchoncillo de noventa centímetros, y para mí la cama de matrimonio, era toda una revelación. Por lo visto Alex no opinaba lo mismo, y lo que en mi cabeza habían sido noches de calor humano, para él habían sido noches de agobio existencial. Está bien, desprendo calor al dormir, pero no suelo moverme por la noche, ni ocupo más espacio del necesario. Estaba yo reflexionando en estas cosas y en la estrategia correcta para virar el barco hacia mi puerto cuando declaré, seria y concentrándome en todo mi cuerpo con el objetivo de trasmitir lo que quería ser una orden: "Cariño," -quise empezar bien, demostrando que era su amiga y que quería lo mejor para él-  "una cama de ciento treinta y cinco centímetros..." -enfaticé las centenas para dar más sensación de longitud, y evitar mencionar la rebatible sentencia de "poco más de un único y triste metro- "esa cama," -para estas, mi índice ya señalaba un catre cercano, que estaba frente a un espejo iluminado con una luz blanca que amplificaba hasta los pensamientos de uno. Alex la miró con desconfianza, consciente quizá de que el tamaño que visualmente aparentaba esa cama, variaría mágicamente al entrar en nuestro dormitorio.- "eso, Alex, no es pequeño". Fui benévola, no dije "grande", dije "no pequeño". Me tomé un momento de respiro, escrutando la expresión de Alex y creyéndome vencedora. Repasé mi frase de cabo a rabo y no le encontré fallo alguno. "Carino, una cama de ciento treinta y cinco centímetros... Esa cama, no es pequeña" No se me ocurría nada que él pudiera decirme o rebatir en aquella situación, y casi sonreí, hasta que noté moverse algo detrás del escritorio de pino barato. Era el vendedor, y por su mirada de curtido en el oficio, supe que él tenía una respuesta que iba a inclinar la balanza. "Chicos" soltó una pequeña carcajada sabiéndose victorioso en la pesquisa "al principio de empezar a vivir juntos, ninguna cama es pequeña"
Ahí terminó la cosa. Hoy por hoy, la puerta de mi armario no alcanza los cuarenta y cinco grados de apertura.

jueves, 15 de septiembre de 2011

EN UN TONO INFORMAL.

Me encanta leer a gente como Hugh Laurie, que aunque no lo parezca tiene dos dedos de frente y una prosa que -si bien es cínica- tiene un peculiar deje de elegancia. Además, como escritora debota, diré que es divertido escribir así. ¿Cómo no va a serlo? Se trata de vomitar ideas y frases que te surgen usando unos recursos que no deberías utilizar. Si quieres decir que algo es largo, tienes varias opciones; una es a lo Flauvert: "Era largo como una noche de invierno, en la que cuando amanece, las nubes continúan tapando el sol". Si, poético, pero nada gráfico. También podemos expresarnos como Reverte: "Su largura era tamaña que llegaba a tapar su inefable estupidez, que, si me permiten, no era poca". Se puede también, recurrir a las frases impepinables, que solemos escuchar en boca de niños. Son obvias. A veces tanto que no se nos ocurren: "Es tan largo como la Muralla China". Y luego está la gente como Hugh Laurie o Eduardo Mendoza. Esta gente suele ser cómica, y en ocasiones incluyo a Reverte en este saco de lectura carcajeante -en un sentido halagador, no me vayan ustedes a malinterpretar- que siempre me arranca una sonrisa, y me hace lamentarme de mi conservadurismo a lanzarme a esta verborrea, que deja un gusto agridulce en el paladar. Yo no soy así, pero en mi cabeza, brotan las frases que plasman el mundo en este tono tan divertido y tremendamente adictivo. Así, a veces me expreso de manera indescifrable, y si tengo que hablar de que algo es largo, lo hago imitando inconscientemente esa prosa de Mendoza, Reverte o Laurie, en la que algo es sencillamente largo, si, pero tanto como los últimos momentos en los que intentas sorber un espagueti, y ya se te ha acabado el aire, y no sabes si soltar el condenado gusanejo o casi ahogarte para continuar con tu desgarbada comilona.
Así de largo. Así de simple. Así de gráfico y de biográfico. Eso hacen. Escriben sin preocuparse de si hablar de un espagueti pone en la mente de uno a un hombre con tripa y entrado en años, con barba de cinco días y tomate en el gaznate. Y sé que disfrutan tanto escribiendo así, como yo leyendo ese descarado estilo. Lo sé, porque cuando me tomo un momento de "descaro" frente al teclado, disfruto de mi cinismo y sonrío.
Ahora necesito sonreír un poco más, y por eso, no voy a preocuparme de la impresión de mis escritos, y por una vez en la vida, escribiré en tono informal, hablando sólo de lo que quiero hablar. Aunque sea un espagueti.