lunes, 3 de febrero de 2014

Los dos yoes de cada cual.

A veces una llamada de teléfono es tan insuficiente como respirar junto al fuego. A veces puedes hablar y hablar durante horas y sentir que nada de lo que digas está llegando correctamente. Y el problema no es el teléfono, ni quien está al otro lado. A veces simplemente te das cuenta de que todo empieza y acaba en tí. De que con el tiempo pierdes habilidades de abrir tu pecho a la gente, y de que te limitas a narrar unos hechos que bien podrían estar protagonizados por otros, en vez de por tí. Porque dejas de narrar tu vida, y sólo cuentas una historia más.
Serán gajes del oficio. Eso de ser escritor. No sé.

Luego, ante la página en blanco la cosa cambia, y ya narrar una historia no es tan fácil. Porque estoy hecha de contrastes, y porque me estoy acostumbrando a estar rodeada de gente, y cuando te rodeas de gente dejas sola a la única persona que ha de importar: tú. Uno mismo y la relación que tenéis ambos: la persona que pasea por la calle, charla y se comunica; y la persona que piensa antes de cerrar los ojos por la noche. Pocos tienen la suerte de no distinguir entre su propio sujeto social, y su individuo personal. En mi caso, esa distinción es abismal. Y triste. Siempre y en todos los casos lo es.

Creo que por eso cuento historias en vez de experiencias, porque me soy una extraña. Una extraña que sonríe de puertas afuera. De hecho... de hecho cuando empiezo un poquito a abrirme, un poquito a ser yo, en seguida me desdigo y retomo la compostura serena, y vuelvo a mi cauce. Y en silencio me pregunto si todo el mundo se encuentra cada noche a solas con ellos mismos, y si se sienten extraños a veces. No hablo de mentiras, hablo de protección. Hablo de seguir hacia adelante con un camino que te propones seguir, sin preguntarte si quieres seguirlo. Lo importante es que debes hacerlo. Sabes que tienes que mejorar, y que caminar, y lo haces. Y luego antes de dormir te planteas preguntas que no te contestas. Nadie las contesta nunca.

Y me puedo considerar afortunada. Tomo decisiones que me hacen feliz a mí, como persona. Y pienso en hacer cosas porque me hacen sentir bien, y las hago, aunque no le parezcan bien a nadie. La palabra que buscais es egoísmo. Una persona me dijo una vez que un minuto sonriendo sinceramente, bien vale dos horas de remordimientos. Mi yo social no está de acuerdo, y me odia. Pero secretamente, antes de acostarme, sonrío satisfecha.

4 comentarios:

  1. Es un texto sincero y personal. A veces es conveniente volcar esos demonios que nos rondan en un papel: para no perder la perspectiva. Poco más puedo decirte. La vida es puro egoísmo; distintos grados de egoísmo que se va puliendo, resquebrajando por el tiempo. Saludos

    ResponderEliminar
  2. La vida social es un refugio, mi favorito en realidad. A veces cuesta escucharse a uno entre tantas voces.

    Yo estoy con David Rubio, la vida es egoísmo, aunque quizá tu forma egoísta de vivirla no sea considerada egoísta en si, no se si me explico. Dale más fuerza a la que sonríe satisfecha por la noche y seguro que te sentirás mejor contigo misma.

    ResponderEliminar
  3. Tienes las palabras adecuadas para describirte y eso es extraño en un mundo que ya casi no suele ver hacia el interior.
    Como decían los filósofos antiguos, y creo que muy poco los modernos: el hombre es dual, materia y esencia. La esencia se une a la materia al dar la primera bocanada de aire y se vuelve a separar con el último suspiro.
    Somos seres individuales, pero al mismo tiempo pertenecemos a una totalidad, por eso pasamos la mayoría de nuestro tiempo buscando a alguien más. Eso se llama soledad. Y por mucho que socialicemos, siempre estaremos solos.

    Un abrazo, amiga, y sigue escribiéndote. Nos ayudas a entendernos un poco más.
    Jorge Díaz

    ResponderEliminar
  4. Ni se te ocurra dejar de escribir es muy bonito lo que escribes ...

    ResponderEliminar