jueves, 15 de septiembre de 2011

EN UN TONO INFORMAL.

Me encanta leer a gente como Hugh Laurie, que aunque no lo parezca tiene dos dedos de frente y una prosa que -si bien es cínica- tiene un peculiar deje de elegancia. Además, como escritora debota, diré que es divertido escribir así. ¿Cómo no va a serlo? Se trata de vomitar ideas y frases que te surgen usando unos recursos que no deberías utilizar. Si quieres decir que algo es largo, tienes varias opciones; una es a lo Flauvert: "Era largo como una noche de invierno, en la que cuando amanece, las nubes continúan tapando el sol". Si, poético, pero nada gráfico. También podemos expresarnos como Reverte: "Su largura era tamaña que llegaba a tapar su inefable estupidez, que, si me permiten, no era poca". Se puede también, recurrir a las frases impepinables, que solemos escuchar en boca de niños. Son obvias. A veces tanto que no se nos ocurren: "Es tan largo como la Muralla China". Y luego está la gente como Hugh Laurie o Eduardo Mendoza. Esta gente suele ser cómica, y en ocasiones incluyo a Reverte en este saco de lectura carcajeante -en un sentido halagador, no me vayan ustedes a malinterpretar- que siempre me arranca una sonrisa, y me hace lamentarme de mi conservadurismo a lanzarme a esta verborrea, que deja un gusto agridulce en el paladar. Yo no soy así, pero en mi cabeza, brotan las frases que plasman el mundo en este tono tan divertido y tremendamente adictivo. Así, a veces me expreso de manera indescifrable, y si tengo que hablar de que algo es largo, lo hago imitando inconscientemente esa prosa de Mendoza, Reverte o Laurie, en la que algo es sencillamente largo, si, pero tanto como los últimos momentos en los que intentas sorber un espagueti, y ya se te ha acabado el aire, y no sabes si soltar el condenado gusanejo o casi ahogarte para continuar con tu desgarbada comilona.
Así de largo. Así de simple. Así de gráfico y de biográfico. Eso hacen. Escriben sin preocuparse de si hablar de un espagueti pone en la mente de uno a un hombre con tripa y entrado en años, con barba de cinco días y tomate en el gaznate. Y sé que disfrutan tanto escribiendo así, como yo leyendo ese descarado estilo. Lo sé, porque cuando me tomo un momento de "descaro" frente al teclado, disfruto de mi cinismo y sonrío.
Ahora necesito sonreír un poco más, y por eso, no voy a preocuparme de la impresión de mis escritos, y por una vez en la vida, escribiré en tono informal, hablando sólo de lo que quiero hablar. Aunque sea un espagueti.

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