domingo, 25 de septiembre de 2011

ENVIDIA.

Finalmente y para mi regocijo interno, he de decir que la fiesta de pijamas no se celebró en mi casa, gracias a lo que pareció una intervención divina. De modo que llegado el momento, sólo comí y ensucié. El "monstruo de la fiesta" que vive en mí ha dormido bien esta noche pasada. Él durmió bien, pero no yo.
Uf... esta noche pasada. Tengo que dejar de autoconvencerme de que dormir fuera de casa es una buena idea, ya que soy insomne, y los insomnes en esta situación tienden a sufrir.
El reloj marca las 10:39 de la mañana, y ya llevo despierta un par de horas. Si pensamos que ellos se durmieron a las 5:00 a.m. pasadas, y yo lo hice ya habiendo amanecido, despertarse a las nueve es toda una proeza. Los gatos de mis amigos me miran esperando a que les ponga el desayuno, mientras yo -ansiando el mío- me planteo si esperar o no a los cuatro cuerpos que yacen medio muertos un par de habitaciones más allá. No mueven un músculo de dormidos que están. ¡Menudos hijos de vecino! Ahí durmiendo como si en ello les fuera la vida, un brazo aquí, la pierna allá, y los ojos cerrados tranquilamente. Yo los observo y me pregunto si -en caso de adoptar yo su postura- podría sumergirme en semejante sueño. Antes lo hacía; años ha, pero lo hacía.
Nos dormimos entre risas, bromeando sobre cualquier sombra en la habitación a oscuras. Me habría reído más a gusto si hubiera sabido que iba a dormir como ellos. La vida es más bonita tras un sueño reparador, y los ronquidos de ellos hablaban por sí solos. 
¡Tanto que me empujaron al sofá!

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