sábado, 24 de septiembre de 2011

UN ASIENTO LIBRE.

La cuenta atrás con respecto al comienzo del curso va tocando a su fin. El lunes es la presentación. Tengo mucho interés en ver qué se cuece en ese grado superior. Temo encontrarme con un gallinero abarrotado de personitas que no alcanzan a poner una palabra tras otra, pero también lo temí en 2003 cuando conocí a Saida. Lo que realmente quiero decir es que tengo esperanza de hacer amistades, a pesar de que mi personalidad reticente no me lo quiera permitir.
Cuando llegue al aula hay varios supuestos: que te sientes solo, con sillas de diferencia entre tú y el mundo, y que de ese modo nadie se te acerque; que te sientes sin decir palabra junto a alguien; que hagas eso mismo, pero con alguna frasecilla tipo "¿está libre?"; o que tengas la mala pata de sentarte junto a un asiento vacío, que tiene toda la pinta de ser ocupado pronto.
En esas situaciones... ¿qué? ¿qué se hace?
Se te acerca una persona: "¿Puedo sentarme?" Dice. Tú te tomas un segundo. "¿Cómo quieres que yo lo sepa? Puede que tengas algún tipo de desviación de columna, o algún problema óseo que te lo impida, pero si tras todos tus años de vida -que aún no sé cuántos son- no lo has averiguado tú, ¿cómo voy a saberlo yo?" Después te sonríes y piensas en eso de los contratos sociales y te dices a ti mismo que no te está hablando de la imposibilidad de sentarse, si no de una cordialidad social, una especie de ancestral muletilla que nadie sabe cuando comenzó. Entonces te planteas si hay o no más asientos libres, y en caso afirmativo piensas que algo ha invitado a esa persona a acercarse a ti. Pueden ser mil cosas: la ropa, el pelo, la postura, la mirada, el olor o un impulso estúpido que no tiene racionalidad que alguien que yo conocía llamaba "selección natural". El caso es que, claro, te hace la pregunta, cómo si eso fuera de lo más banal. Pero... ah ah, no es así. Un aula es un microsistema cuyos individuos se organizan en una complicada jerarquía de clanes. Allí las primeras conexiones son decisivas ya que por la geografía del espacio, tenderás siempre a interactuar con la gente de tu círculo físico más cercano. Por tanto tu posición y las personas más cercanas a tí, serán -en la mayoría de los casos- los candidatos a estrechar lazos contigo. De modo que no, sentarse junto a alguien en una clase, no es nada trivial. De hecho, si todos fuéramos conscientes de la trascendencia de esos primeros segundos, mostraríamos más cuidado a la hora de escoger nuestro asiento.
A estas alturas, ya te imaginas al año siguiente llamando por teléfono a la persona que está frente a ti."Tomemos un café" le dirás, "y después vamos a la presentación."La miras, y te preguntas un instante si te ves o no manteniendo una amistad con esa persona, aunque a estas alturas sepas que eso ya es inevitable. Evalúas su rostro. 

Ya se ha sentado a tu lado, y además piensa que eres una estúpida porque no has contestado a su pregunta. Sólo trataba de ser uan persona educada, y ahora ya no quedan más sitios libres. "Ojalá me hubiera sentado junto a este chaval de delante" Piensa.
"Hay que joderse." Te dices tú.

No hay comentarios:

Publicar un comentario